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Imagen del blog Caminos que no llevan a ningún sitio. |
Hace
no mucho, en un día nublado, iba de camino al instituto, como siempre, sola. No
me esperaba que ese día pasara nada nuevo ni especial, ni que mis sentimientos
de tristeza y desesperanza cambiaran. Pero me enorgullece pronunciar un “pero”.
Todo
fue normal. Yo siempre escribiendo o dibujando en las clases, hasta el recreo.
Me metí en la amplia y oscura biblioteca, encendí una luz y empecé a rebuscar
libros para pasar el tiempo. Me gusta leer.
Sin
embargo, hoy sentí una enorme curiosidad por el libro de la urna sujetado por
cadenas; además, no había nadie. Rompí el cristal con una silla. Por suerte,
nadie me oyó y solté un ligero suspiro de alivio. Cogí el libro y las cadenas
se soltaron solas, desgastadas por el paso del tiempo. Ya no estaban tan firmes
y relucientes como hace años. Le quité el polvo de un soplido y lo abrí
lentamente. De repente, el libro empezó a emitir chillidos que hasta un sordo
oiría; eran horribles y por su causa solté el libro y me tapé los oídos con
firmeza.
-¡Joder!-
grité.
Me
envolví la bufanda, tapándome los oídos, y rápidamente, cerré el libro con dificultad.
Me
quedé en silencio por la grande impresión que me había producido esa situación.
Lo miré con rareza y lo cogí de nuevo.
En
la portada del libro empezaron a aparecer imágenes de mi niñez, momentos
felices que ya no existían y que me hacían retorcerme de dolor al verlos; ahora
me siento tan sola.
Seguidamente,
aparecieron las imágenes de horror que yo vivía ahora y cómo todo había
cambiado, lo que más me ha hecho daño en la vida. Con lágrimas en los ojos,
tiré el libro al suelo con odio y rabia y me senté lentamente, llorando. En ese
momento solo deseaba que no pasara nadie.
Curiosamente,
se apaga la luz, pero me da igual, sigo llorando.
Después
de un rato, enciendo una linternita de mi llavero donde tengo las llaves de
casa, me seco las lágrimas, cojo el libro y asisto a mis últimas clases.
Cuando
terminan, salgo corriendo y voy a casa, subo a mi cuarto, dejo la mochila y bajo
al jardín con una caja de cerillas y varios palos secos. Dejo los palos en un
montón, enciendo una cerilla con fuerza, prendo fuego a los palos y arrojo el maldito
libro dentro.
Me
siento a mirar cómo se quema con malicia.
-
El
libro de los sollozos…- susurré.
Ese
fue el nombre que le puse y el libro se hizo historia.
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