domingo, 12 de febrero de 2017

EL LIBRO DE LOS SOLLOZOS. UN RELATO DE VERÓNICA PAVÓN .


Imagen del blog Caminos que no llevan a ningún sitio.

Hace no mucho, en un día nublado, iba de camino al instituto, como siempre, sola. No me esperaba que ese día pasara nada nuevo ni especial, ni que mis sentimientos de tristeza y desesperanza cambiaran. Pero me enorgullece pronunciar un “pero”.
Todo fue normal. Yo siempre escribiendo o dibujando en las clases, hasta el recreo. Me metí en la amplia y oscura biblioteca, encendí una luz y empecé a rebuscar libros para pasar el tiempo. Me gusta leer.
Sin embargo, hoy sentí una enorme curiosidad por el libro de la urna sujetado por cadenas; además, no había nadie. Rompí el cristal con una silla. Por suerte, nadie me oyó y solté un ligero suspiro de alivio. Cogí el libro y las cadenas se soltaron solas, desgastadas por el paso del tiempo. Ya no estaban tan firmes y relucientes como hace años. Le quité el polvo de un soplido y lo abrí lentamente. De repente, el libro empezó a emitir chillidos que hasta un sordo oiría; eran horribles y por su causa solté el libro y me tapé los oídos con firmeza.
-¡Joder!- grité.
Me envolví la bufanda, tapándome los oídos, y rápidamente, cerré el libro con dificultad.
Me quedé en silencio por la grande impresión que me había producido esa situación. Lo miré con rareza y lo cogí de nuevo.
En la portada del libro empezaron a aparecer imágenes de mi niñez, momentos felices que ya no existían y que me hacían retorcerme de dolor al verlos; ahora me siento tan sola.
Seguidamente, aparecieron las imágenes de horror que yo vivía ahora y cómo todo había cambiado, lo que más me ha hecho daño en la vida. Con lágrimas en los ojos, tiré el libro al suelo con odio y rabia y me senté lentamente, llorando. En ese momento solo deseaba que no pasara nadie.
Curiosamente, se apaga la luz, pero me da igual, sigo llorando.
Después de un rato, enciendo una linternita de mi llavero donde tengo las llaves de casa, me seco las lágrimas, cojo el libro y asisto a mis últimas clases.
Cuando terminan, salgo corriendo y voy a casa, subo a mi cuarto, dejo la mochila y bajo al jardín con una caja de cerillas y varios palos secos. Dejo los palos en un montón, enciendo una cerilla con fuerza, prendo fuego a los palos y arrojo el maldito libro dentro.
Me siento a mirar cómo se quema con malicia.
-          El libro de los sollozos…- susurré.

Ese fue el nombre que le puse y el libro se hizo historia.

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